En el metro (junio 2007)
16/06/2009 at 18:33 Deja un comentario
Vuelvo en el metro de estudiar un rato. Yo con mi mochila, mi móvil, mi Ipod, y todos esos detalles que me marcan como otro consumista más frente a los demás.
En una parada, suben al vagón dos hombres negros. No se conocen. Uno se sienta, y otro toca brevemente el tambor. El del tambor termina su concierto y pasa un vaso de plástico. Nos mira a los ojos, presionando al fondo de nuestro corazón, como si por tocar el tambor así estuviésemos obligados a darle algo. Me cuesta mantenerle la mirada para decir que lo siento, pero no. Alguien le echa una moneda y él y su tambor se bajan en la siguiente parada.
El hombre que entró al mismo tiempo que él, tarda un poco en levantarse. Al final se decide. Pasa por delante de todos, poniendo la mano para que le echemos unas monedas. No nos mira. Es mucho más fácil negarse si no te están mirando.
No sé si es humildad, o si se siente mal por no tener tambor que tocar.
Nadie le da nada. Porque no ha usado sus armas (no mira a los ojos y no toca tambor), además de que todo el vagón piensa que ya ha hecho su buena acción del día dándole una moneda al hombre del tambor.
Se sienta en un rincón. Todo vuelve a la normalidad.
Me hundo de nuevo en mi música. En todo lo que me zumba en la cabeza. En observar cómo una mujer de 40 años que se ha negado a darle dinero a ambos, charla con sus dos hijos, los tres vestidos de marcas carísimas.
De repente, miro al hombre y está llorando. Sin grandes gestos ni escándalos. Posiblemente avergonzado, llora. No puedo dejar de mirarle. Creo que soy el único del vagón que se ha dado cuenta.
Se pone de pie para bajarse en la siguiente parada y se enjuga las lágrimas en un pañuelo. Sin hacer ningún ruido. De repente, todo ocurre muy rápido. La mujer está de pie detrás de él. Y le desliza un billete en la mano. Nadie se da cuenta.
El hombre se da la vuelta sorprendido con una gran sonrisa de agradecimiento. Pero la mujer no ha esperado ni un segundo, ya está de vuelta con sus hijos.
Y la sonrisa se queda flotando, sin destinatario.
Y me cuesta muchísimo llegar a mi parada y correr hasta mi casa para empezar a llorar.
Trackback this post | Subscribe to the comments via RSS Feed